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  • Foto del escritorCuatro manos

Fragmento I

No sé abrazar con las palabras, dijo Delta cuando terminó de oír el doliente relato que le hacía Lambda por teléfono. Y es que mientras le oía, pensaba que el final de esa historia – al menos hasta este episodio- requería de un abrazo profundo, de esos que conectan un corazón con el otro, de esos que confunden los latidos y detienen el tiempo. Son esos abrazos en los que te quieres quedar un rato largo, sintiendo la respiración tuya y de la otra persona, conectando con la temperatura e incluso el ritmo de quien te acompaña en esa experiencia; son esos abrazos en los que al distanciarte, logras reordenar – al menos en parte- la vorágine que te habitaba antes de su llegada.


No te preocupes – le respondió Lambda – ya me siento mejor –mintió-. Entiendo que ella es así y ya no cambió; sin embargo, muchas veces vuelvo a soñar en que se convertirá en esa persona que he construido en mi cabeza, la que he requerido tantas y tantas veces.


Delta y Lambda sentían la pesadumbre y desazón que esta experiencia les significaba. Por una parte, les trasladaba a un momento pasado de sus vidas (la de cada cual) que ya había sido muy doloroso y para el que habían puesto mucho esfuerzo y recursos, intentando dejarlo atrás. Resurgían fantasmas que creían encerrados en el clóset, pero que hoy se les aparecían por todos lados y les asustaban tanto como cuando tenían 15 años. Por otra, Delta y Lambda eran conscientes de que no lograban acompañarse en este tránsito de la manera que les hubiera gustado.


La pandemia estaba siendo mucho más larga y compleja de sobrellevar de lo que vislumbraron al inicio de esta. Las interminables horas de conexión con otras personas dejaban constantemente a Delta sin fuerzas para más vínculos digitales, no quiero más pantallas ni aparatos –solía pensar al terminar cada jornada- mientras que para Lambda la crisis sanitaria había acrecentado otras crisis, partiendo por la económica y atravesando prácticamente todos los ámbitos de su vida antes tan estable y ordenada; por lo que las reservas de energía disponible eran cada vez más reducidas o inestables.


Poco lograban encontrarse. La diversidad de emociones que cada cual iba habitando cada tanto versus las precarias conexiones digitales que lograban sostener, de manera asincrónica, sin tonos ni transmisión de emociones (los emojis pueden ser insuficientes, por más actualizaciones que tenga la aplicación) fueron forjando entre Lambda y Delta una distancia mayor a los kilómetros de tierra que tenían de por medio.


Mientras Delta fue volcando sus afectos y atenciones hacia las personas que le inundaban el cotidiano, Lambda fortaleció lazos con quienes lograba comunicarse más y mejor. Delta se cuestionaba sus formas, se llenaba de interrogantes, se hacía un nudo, se ahogaba, sufría, se angustiaba; luego resurgía y volvía a tomar camino firme, con más calma: vamos de nuevo –se repetía-.


Es que, si algo siguen teniendo en común Lambda y Delta es la capacidad de ponerse de pie, limpiarse las rodillas y volver a emprender rumbo, confiando, creyendo.

Por eso, aunque hoy no logren abrazarse con las palabras, aunque el teclado se les haga insuficiente para transmitirse lo que les pasa, sienten y necesitan; saben que llegado el momento en que esos corazones vuelvan a conectar, todo estará bien y encontrarán Lambda en Delta y Delta en Lambda, el refugio seguro que han habitado en el corazón alterno por ya más de 20 años.


Jessica Jerez Yáñez


Agradecemos la fotografía de Max Contreras Navarrete https://www.instagram.com/mcn_fotografia/

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