Servimos un café que nadie se tomó. Y es que ambos sabÃamos que el café no tenÃa importancia, sino que era solo la excusa que te inventaste para que comenzáramos a hablar. Y aun cuando yo estaba de acuerdo con iniciarla, sabÃa que esa escena tendrÃa pasajes muy dolorosos para ambos.
Con los años, he ido aprendiendo que todo se puede conversar, pero que hay ciertas conversaciones que requieren de una escenografÃa particular, de una energÃa especÃfica, de una disposición puntual. Y cuando digo escenografÃa no me refiero a que yo actúe o simule algo cuando converso, sino más bien a la consciencia que he generado de que existen escenarios que favorecen u obstaculizan mis reflexiones e interpretaciones al momento del diálogo.
Con las canas he aprendido a darme cuenta de que hay conversaciones que no puedo tener en ciertas ocasiones, he aprendido también a preparar el corazón para algunas y en otras he encontrado las estrategias precisas para evadir diálogos que no soy capaz de sostener.
Antes de que las arrugas me enseñaran esto, tuve muchos intentos fallidos de conversaciones. Recuerdo por ejemplo haberme dormido a la espera que alguien me contestara una pregunta o la vez en que grité y lloré tanto lo que tenÃa atorado por años, que luego necesité dÃas para recuperar mi cuerpo.
Servimos el café y nadie se lo tomó, pero necesitábamos eso. Unas tazas calentitas en las que refugiarnos, un olor que nos trasladara a un recuerdo placentero, una chance de poder agachar la mirada para ir en busca del lÃquido, porque ambos sabÃamos que esa serÃa una conversación difÃcil que debÃamos iniciar.
Jessica Jerez Yáñez, Agosto 2020