Don Miguel y Mustafá
- Cuatro manos
- 15 ago 2020
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Don Miguel era un agricultor de pueblo. En realidad, don Miguel era hortalicero, cultivaba hortalizas todo el año. Conocía de memoria los ciclos de tal o cual producto: algunos se podían sembrar durante todo el año tales como la zanahoria, la lechuga, el cilantro; otros eran propios de una u otra temporada, como el tomate, la cebolla, las habas, las alverjas (arvejas) los porotos, las papas etc. Algunos también se cosechaban y eran remontantes o sea se cortan en el tallo y vuelven a crecer, como el orégano y el perejil.
Pa´ sembrar o pa´ plantar, es mejor esperar la menguante - solía decir don Miguel- así va seguro.
El hombre tenía sus años, más de ochenta seguro, pero con una vitalidad envidiable. No para en todo el santo día- decía Doña Rebeca- su fiel compañera y esposa, que debe haber tenido más o menos los mismos años que don Miguel, aunque con menos vitalidad que él. El “romatismo” la tiene fregá a la vieja, decía.
Juntos preparaban y limpiaban semillas, hacían almácigos y alguna otra tarea liviana, las más pesadas las realizaba Don Miguel en solitario- “pa´ que le voy a cargar la mata a la vieja”- pensaba don Miguel.
Dentro de las tareas que hacía solo, estaba la preparar la tierra para sembrar y en esto le ayudaba Mustafá. Un caballo mulato, mezcla de chileno y percherón que lo convertían en un ejemplar muy especial, buen porte, de buen tranco, ni muy ligero ni muy lento, lo que hacía juego con el paso de don Miguel. Bueno pal arado y pa´ la trilla, manso y amistoso, con buenos pechos, tanto que el apero de trabajo le calzaba como guante. De una fuerza extraordinaria y bueno para soportar la fatiga a la que lo sometía don Miguel arando, rastreando y sembrando.
Juntos hacían maravillas en la parcela. Se conocían mutuamente. Don Miguel sabía que Mustafá se ponía nervioso con los tábanos y los colihuachos, que lo hacían mover la cabeza y la cola con disgusto cuando estos lo sorprendían en algún respiro que le daba Don Miguel cuando estaban arando, mientras liaba y se fumaba un pitillo, vicio del cual no pudo deshacerse y que por las noches la tos lo molestaba y le costaba dormirse.
Mustafá por su parte sabía cuando Don Miguel andaba de malas, pues su llamado o su silbido para que acudiera cerca de él a echarle el lazo, era diferente, un poco más áspero y menos cariñoso que otras veces. Sin embargo, ambos se respetaban y se querían, se notaba por lo afiatados que se les veía en cada faena.
Mustafá tenía sus buenos años, cuántos tiene Don Miguel -le preguntaban-, unos cuantos -respondía él- ¿Y cuántos años vive un caballo Don Miguel? Y el respondía: tres años dura una cerca, tres cercas dura un perro, tres perros dura un caballo y tres caballos dura un jinete.
Un día cualquiera mientras estaban preparando la tierra pa´ la siembra, Mustafá dió un relincho muy fuerte. Don Miguel tiró suavemente la rienda y detuvo el tranco del caballo. Enrolló la rienda en la mancera, abrazó al caballo por el sudado cuello y le dijo en voz baja, como al oído -no te mueras todavía Mustafá, deja pitarme un cigarro primero-. Mustafá, como de costumbre, se quedó quieto. Don Miguel se sentó en el arado, sacó su bolsa tabaquera, lío un pitillo y lo encendió. Y así, con la mirada perdida en el horizonte empezó a fumar. Sus pensamientos y su mirada divagaban, estaban en nada.
Una vez acabado el pucho, miró la colilla, la tiró al suelo y la aplastó con su bototo. En ese instante Mustafá cayó al suelo y murió.
Rubén Jerez Olmedo, Agosto 2020

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