A Juan Ramón Jiménez (Antonio Machado)
- Cuatro manos
- 18 jul 2020
- 1 Min. de lectura
Era una noche del mes de mayo, azul y serena. Sobre el agudo ciprés brillaba la luna llena, iluminando la fuente en donde el agua surtía sollozando intermitente. Sólo la fuente se oía. Después, se escuchó el acento de un oculto ruiseñor. Quebró una racha de viento la curva del surtidor. Y una dulce melodía vagó por todo el jardín: entre los mirtos tañía un músico su violín. Era un acorde lamento de juventud y de amor para la luna y el viento, el agua y el ruiseñor. «El jardín tiene una fuente y la fuente una quimera...» Cantaba una voz doliente, alma de la primavera. Calló la voz y el violín apagó su melodía. Quedó la melancolía vagando por el jardín. Sólo la fuente se oía.
La poesía, como casi todo el arte, tiene la “bendita imprudencia” de entrar en nuestro espíritu y golpearlo o acariciarlo, según nuestros estados de ánimo, a veces muy variables, también según las circunstancias por las que estemos atravesando.
Aquí una muestra de ello, un bello poema que es un bálsamo para el espiríritu, en este momento tan infeliz para la humanidad en general y para cada uno nosotros en particular.
Les invito a disfrutar.

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